EL FRACASO DE LA INTELIGENCIA

“En cada uno de nosotros reside un factor de estupidez que es siempre mayor de lo que
creemos”. (Livraghi)
Luis Manuel Estalayo Martín
Psicólogo Clínico. Psicoanalista
http://www.estalayopsicologo.com
Con el interés de seguir explorando elementos de la estupidez humana prosigo la
reflexión de anteriores posts (https://asprisma.wordpress.com/2020/06/07/somos-
estupidos/, y https://asprisma.wordpress.com/2017/11/27/la-estupidez/ ).
En esta ocasión comparto alguna de las ideas del clásico de Jose Antonio Marina, “La
inteligencia fracasada” (2014). De todos los aspectos que describe y analiza este autor,
me interesa destacar lo que denomina “fracasos cognitivos” de la inteligencia porque apunta a aspectos de la cotidianidad que a todos nos resultan muy conocidos e identificables.
Asumiendo que en el ser humano no existe una cognición aislada de las emociones, y que en consecuencia el fracaso cognitivo debe vincularse con toda una estructura de personalidad, Marina considera que “El fracaso de la inteligencia aparece cuando alguien se empeña en negar una evidencia (…) cuando una creencia resulta invulnerable a la crítica o a los hechos que la contradicen”.
Todos podemos identificar distintos comportamientos que tienen relación con esto en la cotidianidad: el prejuicio, la superstición y el dogmatismo.
El prejuicio es muy frecuente en nuestras vinculaciones cotidianas y alude a estar totalmente seguro de una cosa que no se sabe, lo que no impide que uno pueda hablar mucho y con mucho énfasis de cualquier tema como si lo conociera realmente, e incluso como si fuera una autoridad en el mismo. La superstición sigue teniendo mucha vigencia en nuestra sociedad, quizá más de lo sería esperable dado el desarrollo científico actual. La superstición es el terreno que otorga autoridad a tantos astrólogos y médiums de distintas disciplinas, que generan creencias totalmente injustificables.
El dogmatismo surge cuando una idea o creencia queda invalidada por datos de la realidad, a pesar de lo cual no se reconoce el error, sino que se introducen las variaciones que sean necesarias en el argumento para poder mantener la creencia previa.
Una mezcla muy peligrosa de las conductas anteriores, se da en el fanatismo que incluye una defensa de la verdad considerada absoluta y una llamada a la acción.
Es obvio que, si estas conductas aluden a fracasos de la inteligencia, no se van a dar en personas inteligentes, lo que no impide que podamos observarlas cada día en cualquier ámbito público y privado. Quiere decirse que la estupidez está muy generalizada.
De hecho, el otro aspecto que quiero rescatar del texto de Marina es la idea de extender el concepto de estupidez a todo tipo de organización, grupo, institución o sociedad. Hay por ejemplo empresas inteligentes y empresas estúpidas, según sus capacidades para captar la información, ajustarse a la realidad, percibir los problemas o inventar nuevas soluciones.
En esta misma línea de análisis, G. Livraghi argumenta en “El poder de la estupidez” (2010) dos variables que en su opinión correlacionan con la falta de inteligencia en alguna organización laboral. Por un lado, se detecta que la cantidad de tiempo y atención empleados por la dirección en dar respuesta a un problema se halla en relación inversa con su importancia real. Cuando un problema es urgente, grave y complejo, los gestores suelen huir de la responsabilidad delegando y retrasando, dudando y vacilando hasta la saciedad, hasta que la situación llegue a ser irresoluble.
Por otro lado, Livraghi considera que en este tipo de organizaciones suele darse el ascenso a los puestos de autoridad de personas que sienten celos ingentes del éxito de otras personas, que desean medrar para estar en su lugar y saben relacionarse con las personas adecuadas a sus objetivos, sin que ello disimule su incompetencia. Decía anteriormente que Marina habla de sociedades más o menos inteligentes o estúpidas. Las sociedades estúpidas son aquellas en que las creencias vigentes, los modos más frecuentes de resolver conflictos, los sistemas de valoración que se mantengan y, en general, los modos de vida que se postulen como ideales, disminuyen las posibilidades de desarrollo y expresión de las inteligencias individuales, analíticas y críticas.
Marina señala que las sociedades estúpidas carecen de tres sentimientos básicos: la compasión, el respeto y la admiración. Compadecer es sentirse afectado por lo que les pase a los demás, es uno de los pilares del comportamiento moral, el que abre el camino a la justicia. El respeto es el sentimiento pertinente ante lo valioso, ante algo a cuidar y proteger. La admiración es la capacidad de valorar la excelencia, huyendo de la creencia en un igualitarismo simple que no permite apreciar realmente a los demás; esa tontería de que nadie es más que nadie, o que todas las opiniones son igualmente válidas…
En mi opinión, la sociedad actual no valora la compasión, la ética ni el respeto, y, desde luego, no promueve la admiración hacia quien tenga algo que decir. Muy al contrario, fomenta que cualquiera pueda decir lo que le parezca oportuno en cualquier medio, siendo su opinión tan válida como la de los peritos en la materia de la que se trate. En consecuencia, es obvio el nivel de inteligencia que atribuyo a nuestra sociedad.
En el próximo post seguiré compartiendo más elementos de análisis definitorios de nuestra sociedad, siguiendo el pensamiento de Byung-Chul Han.