
Pintura de René Magritte
Luis Manuel Estalayo Martín
Psicólogo Clínico. Psicoanalista
“Erase un caballero pobre,
silencioso y sencillo,
rostro sombrío y pálido
y franco y audaz espíritu.”
Dostoievski publica “El idiota” en 1868, texto que en la actualidad puede valorarse como una maravillosa obra literaria pero dada su longitud y densidad, quizá sea un reto no apto para impacientes.
El argumento utiliza al personaje principal, el príncipe Mishkin, para criticar la corrupción de una sociedad con un sistema de valores próximo al actual. Sistema que premia al corrupto, al egoísta, al sádico, a los conspiradores de la alta sociedad, a los burócratas corrompidos…Retrato de una agónica aristocracia rusa enfrentada a un personaje “bueno”, lleno de virtudes, pero que no deja de fracasar y de ser maltratado en el texto.
El príncipe Mishkin va siendo caracterizado con atributos del siguiente tipo:
- Dibuja con frecuencia una sonrisa de bondad, muchas veces sin sentido aparente.
- Habla mucho en cualquier situación, dando detalles de él mismo o de otros sin ninguna discreción y sin prever consecuencias.
- Con frecuencia parece un niño.
- Es sincero, educado, observador y perceptivo.
- Manifiesta siempre nobles sentimientos. A veces incluso se disculpa ante quienes le han tratado mal o le han insultado, como si no pudiera albergar nada de rencor o agresividad “sana”.
- Es una persona frágil, enfermiza y débil, con frecuentes ataques epilépticos.
- Es también confiado y simple, incapaz de guardar ningún rencor, aunque sepa que le han tratado mal.
Este perfil se va polarizando en el texto al oponerlo al resto de personajes: vanidosos, orgullosos y egoístas. Personajes envueltos en formalidades infinitas de supuesta buena conducta y apariencia distinguida a la que el “idiota” no podría acceder.
Todo ello se califica en el texto como idiota, término asumido por el propio protagonista, con evidente desprecio hacia sí mismo.
Este personaje genera en el lector sentimientos encontrados. En ocasiones pena, otras veces rabia por su conducta y excesiva bondad. ¿Qué provoca esa rabia en el lector? ¿No tendrá relación con la subjetividad de los personajes que le agreden en el texto?
En mi opinión, parte de la irritación que genera puede deberse a la bondad que podemos tener cada uno y que proyectada en ese personaje nos enfrenta a un espejo que lamenta que no se imponga más, que no tenga mayor fuerza, que se deje avasallar. Es percibir en el otro cómo se agrede a esa parte de uno mismo que en algún momento ha sido agredida por alguien del entorno, sin saber muy bien por qué.
El personaje de Dostoievski puede servirnos para generalizar la pregunta sobre la violencia contra este tipo de personas. En efecto, ¿por qué se agrede a las personas buenas?
Desde el punto de vista del agresor, las personas que insultan, someten, o se ríen de alguien “bueno” obtienen un placer narcisista que debe equilibrar su balance previo. Al tratarle de ese modo se arropan de una imagen de poder, de ingenio, de inteligencia o de fuerza, que no podrían tener de otro modo. O que de hecho no tienen en otros aspectos de sus vidas. Personas con déficit narcisista que se compensa imaginariamente con estas conductas.
En otras ocasiones se evidencia cómo el agresor envidia atributos o posesiones del agredido, y con su conducta pretendería destruirle, humillarle hasta sentirle derrotado.
Y desde el punto de vista de la víctima, ¿por qué no responde con mayor fuerza? Creo que el análisis de sus motivaciones puede incluir las características de alguna personalidad obsesiva tal y como las describe el psicoanálisis. (En otras ocasiones la persona obsesiva no se muestra precisamente como “buena”, o pasivo-agresiva, como el personaje de Dostoievski, sino que manifiesta una heteroagresividad muy marcada).
Son personas que tienden a racionalizar todo, como defensa fundamental ante la angustia. Es decir, en lugar de darse cuenta de sus sentimientos ante las cosas que les ocurra, los niegan, los aíslan de su conciencia, y lo llevan todo al pensamiento, en un sinfín de razonamientos agotadores.
En ese abismo de pensamientos tienden a dar crédito a cualquier cosa que la gente diga para burlarse de ellos, o hacen esfuerzos enormes para justificar sus conductas, aunque sean abiertamente irrespetuosas o violentas. Se preguntan si habrá motivos justificados para que les traten así, ¿habrán hecho algo mal? ¿merecen realmente ese trato?
Temen enfrentarse a quien les ofende, les atenaza el miedo, no quieren exponerse a ser criticados o rechazados. Y, por otro lado, suelen sentirse moralmente superiores a ellos al soportar sus burlas. Se autoconvencen de que están por encima de la forma en que les traten los demás. De ahí también la tendencia obsesiva a utilizar las palabras con suficiente habilidad como para evitar la confrontación. En su subjetividad, no responder a las ofensas no sería prueba de debilidad o masoquismo, sino de fuerza moral e incluso sabiduría.
También suelen tener miedo a sentirse abandonados. Es ese miedo el que les puede hacer “aguantar lo que sea” con tal de no perder un vínculo. Este mecanismo se observa con mucha frecuencia en personas que han sufrido un abandono real, o que han subjetivado distintas conductas de personajes significativos (familiares, amigos) como si lo hubiera sido.
Las personas con tendencia obsesiva prestan una enorme atención a los detalles. Creen que un control sobre ellos implicará mayor control sobre los importantes. Tanto intento de controlar la vida lleva necesariamente a actitudes muy rígidas en búsqueda de un imposible perfeccionismo. Y, en lo cotidiano, conduce a la procrastinación y a la dificultad en la toma de decisiones y asunción de compromisos.
El lenguaje obsesivo trata de controlar la respuesta del oyente a través de una elección cuidadosa de las palabras. Falla la comunicación clara y completa en el ámbito de las emociones. Es un lenguaje suficientemente indirecto como para evitar confrontaciones.
Es muy frecuente encontrar en consulta personas que sufren por este tipo de dinámicas. Se sienten “buenas personas” y, sin embargo, creen que no son bien tratadas, e incluso sienten que se les maltrata. Solo desean que se les acepte y valore, dan todo lo que está en su mano para conseguirlo.
Y, sin embargo, paradójicamente, pueden generar exactamente lo contrario a lo que procuran evitar. Tanto desear caer bien, tanta disponibilidad permanente, puede llegar a exasperar, puede generar en el otro tanta crispación, que lleve a cierta violencia o a la ruptura del vínculo.
En ocasiones sienten que es difícil precisar la distancia que existe entre ser bueno y ser, como el personaje de Dostoievski, un idiota.