Lo posthumano

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Fuente: http://www.hogardelamadre.org

Lo posthumano

Luis Manuel Estalayo Martín – Psicólogo Clínico
www.estalayopsicologo.com

HAMLET: ¡Ser o no ser: he aquí el problema! ¿Qué es más levantado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas? ¡Morir…, dormir; no más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir…, dormir! ¡Dormir!…”

Últimamente es frecuente escuchar y leer textos que aluden al posthumanismo. La bibliografía al respecto empieza a ser notable aunque de momento no llegue a ser tanta como la que se da en otros fenómenos «post»: postverdad, postliberalismo, postcapitalismo, etc.

Las posturas ante este término pueden clasificarse en tres grandes grupos. Algunos autores ven con optimismo la llegada del posthumanismo; otros, en clara oposición, hablan del fenómeno con un pesimismo apocalíptico. Una tercera postura, en mi opinión la de mayor interés, aborda el tema desde un punto de vista humanista, analizando las modificaciones que se pueden ir produciendo en la subjetividad del ser humano.

  1. El ­«posthumanismo optimista» aborda los cambios que se vienen dando en «lo humano» como algo positivo y necesario, en tanto que lo que venía considerándose como humano hasta la fecha es más que criticable

En esta línea de pensamiento se encuentra por ejemplo parte de la profunda reflexión que realiza Rosi Braidotti sobre el tema (Lo posthumano, 2015). Esta autora, desde un punto de partida feminista y pacifista, enfatiza la necesidad de que el ser humano se vuelva a conectar con todo lo vivo que le rodea, al tiempo que asuma la tecnología de manera profunda, como una extensión de sí mismo. Se trataría para esta autora de mantener una postura intensa, vital y alegre para confrontar y resistir las visiones apocalípticas y nihilistas que vienen reproduciéndose con mucha frecuencia en la actualidad.

El ser humano tiene que asumir que es solo una parte del mundo con el que interactúa permanentemente. No es un ser superior que pueda sabotear ni extorsionar al resto. En este sentido, es ya una evidencia científica, demostrada desde la astrofísica o la biogenética, que formamos parte de una materia común. Es por ello que el posthumanismo debiera enfatizar este aspecto de unión con el resto de la naturaleza, sin que ello evite incluir todo el desarrollo tecnológico que pueda facilitar nuestra vida en el planeta.

  1. El «posthumanismo apocalíptico» suele vincularse a reflexiones sobre la inteligencia artificial (IA) y el Big Data

Por ejemplo, Cathy O’Neil, doctora en matemáticas por la Universidad de Harvard, considera que el Big Data aumenta la desigualdad entre seres humanos, además de provocar mayores dificultades en ámbitos laborales que cada vez más podrían prescindir de planteamientos éticos.

Los algoritmos pueden decidir por humanos, contratar o echar a personas valorando su eficacia o productividad, sin que nadie se haga responsable de tales decisiones, porque es un programa matemático quien aparentemente las adopta. Al mismo tiempo, los algoritmos pueden llegar a decidir los horarios laborales dependiendo de las variables que se consideren oportunas para incrementar la productividad en cada momento pero sin tener en cuenta las necesidades vitales de las personas.

Es en este camino donde puede dudarse del lugar que pueda ocupar la ética en un futuro.

En esta misma línea de pensamiento se encuentra Yuval Noah Harari (21 lecciones para el siglo XXI, 2018). Para este autor, el ser humano puede sentirse cada vez más irrelevante para el sistema porque la evolución de la Inteligencia artificial puede llegar a descifrar los algoritmos bioquímicos de las emociones y deseos pudiendo tomar decisiones con mayor acierto que un Homo sapiens.

Por un lado los biólogos están intentando descifrar los misterios del cerebro y los sentimientos. Por otro lado, los informáticos están consiguiendo un desarrollo vertiginoso en el poder de procesamiento de datos. Uniendo el avance de la biotecnología y la infotecnología podrán producirse algoritmos de macrodatos que se aproximen a la comprensión de los sentimientos con mayor precisión que cualquier ser humano.

En opinión de este autor, este conocimiento tecnológico del alma podría incluso implicar la desaparición de las democracias actuales: «Los referéndums y las elecciones tienen siempre que ver con los sentimientos humanos, no con la racionalidad humana (…) Esta confianza en el corazón puede ser el talón de Aquiles de la democracia liberal. Porque una vez que alguien (…) disponga de la capacidad tecnológica de acceder al corazón humano y manipularlo, la política democrática se transformará en un espectáculo de títeres emocional».

Por otro lado, según plantea Harari, con el auge de la IA la propia especie podría dividirse en diferentes castas biológicas en función de las mejoras biotecnológicas que cada cual pudiera permitirse. Distintas mejoras en el cuerpo y en el cerebro darían lugar a un ser «superhumano» enfrentado a una subclase de humano inútil e innecesario.

  1. Lo humano en las sociedades actuales

Otro tipo de reflexión en torno a lo posthumano parte de analizar qué es lo humano propiamente dicho, y en qué lugar va quedando en las sociedades actuales. Por ejemplo, desde esta perspectiva es interesante analizar el lugar del lenguaje cuando se pretende despojarle de su carga simbólica, de sus imprecisiones y errores o de sus ambivalencias, es decir, de todo lo que le hace precisamente humano.

Tal y como escribe Elisa Martín Ortega («Instrucciones para sentir», en EL PAÍS, 02-10-2018), existe una clara tendencia a pensar que el ser humano tendría que partir de manuales de qué sentir y cómo vivir. La tendencia a lo razonable, lo esperable, el deseo de manipular los propios sentimientos, técnicas para percibir y controlar lo que sentimos de manera óptima, protocolos de conducta para aprender a sonreír de manera apropiada, o para saber cómo y cuánto andar o comer.

Es partiendo de estos ideales neoliberales desde donde podemos plantearnos dónde queda el arte, la música, lo simbólico, la palabra no dicha, la ambivalencia, la poesía, los secretos del alma, la angustia, los conflictos y un largo etcétera de «imperfecciones» humanas. Si nos despojamos de todo ello, ¿seguiremos siendo humanos?

En esta línea de análisis de pensar en lo que nos hace más humanos, resulta interesante la reflexión de Nuccio Ordine (La utilidad de lo inútil. Manifiesto, 2013) apuntando a la necesidad de repensar el sentido de las cosas, el deseo de saber sin una eficacia más concreta y medible inmediata.

En la misma dirección apunta la reflexión de Byung-Chul Han en El aroma del tiempo (2009), donde habla de la necesidad de la vida contemplativa como antídoto a alguno de los efectos negativos de nuestra sociedad vertiginosa actual. Describe una sociedad con tiempo atomizado, que destruye la experiencia de la continuidad, un tiempo sin sentido narrativo, acelerado, un tiempo sin narración ni sentido con humanos dando tumbos a ritmo vertiginosos de un acontecimiento a otro, sin continuidad entre ellos, sin profundidad ni compromiso, sin historia. Un mundo sin pensamiento ni demora, sin desvíos: «Bajo la presión del tiempo también desaparecen la ambivalencia, lo indistinguible, lo discreto, lo irresoluble, lo indeterminado, lo complejo o lo aporético de una nitidez brusca».

  1. Ramón Ubieto y M. Pérez Álvarez también aportan una reflexión muy interesante en relación a cómo van cambiando algunos valores humanos y qué sería lo irrenunciable para poder seguir llamándonos «humanos» (Niñ@s Hiper, 2018).

En este sentido señalan por ejemplo la necesidad de recuperar la conversación y el juego. En efecto, el auge de las redes sociales dificulta el hábito de hablar cara a cara en tiempo real, generándose una merma en las relaciones que a su vez implica menor relación con uno mismo, con el pensamiento.

La pérdida de comunicación cara a cara también se da en las relaciones paternomaternofiliales, donde parece que los adultos estén perdiendo el papel necesario que tenían en el crecimiento de los menores: «Ahora este papel está diluido en la red. En el otro anónimo a quien ni siquiera conoces, acaso un influencer…». Todo ello viene a exacerbar el narcisismo y el autoerotismo, en un universo de satisfacciones parciales sin la mediación de otro real.

Esos autores también proponen recuperar el aburrimiento como un espacio necesario para la vida, frente a estas infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas e hiperpautadas. Se trataría de valorar el vacio como una necesidad para que surja el pensamiento y la invención.

De ahí también la importancia de recuperar la conversación y el juego como espacios donde aprender pautas de espera, interacción y autocontrol. Reglas compartidas para una vinculación satisfactoria.

Frente a la complejidad que dibuja un ser humano que piensa, conversa y juega, la postmodernidad insiste en abordar los conflictos con soluciones de «adiestramiento» que no pretenderían sino domesticar al otro para adecuarlo a los estándares que marquen los ideales sociales del momento.

En este camino hacia un ideal homogéneo el cuerpo humano se va conectando cada vez en mayor media con objetos que permiten pensar en un híbrido entre el ser humano y la máquina. Distintos chips y prótesis corporales, océanos de apps y tecnologías que no podrán dar respuesta a los problemas fundamentales de la vida, como por ejemplo, cómo conseguir amigos de verdad, cómo manejar la tristeza asociada al final de una amistad o de una pareja o cómo vivir tras la muerte de un ser querido…

Retomando las palabras prestadas a Hamlet respecto a que lo que pueda ser nuclear en el ser humano, ese ser o no ser, he ahí, verdaderamente el problema. En mi opinión parte de la respuesta puede venir de la poesía: «Pero lo que permanece lo fundan los poetas» (Hölderlin).

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